Albert Ramdin asume el reto de reconstruir la legitimidad de una institución debilitada

La elección del diplomático surinamés Albert Ramdin como nuevo Secretario General de la Organización de los Estados Americanos (OEA) ha sido recibida con cierta esperanza y, a la vez, con escepticismo. Se trata del primer caribeño en asumir ese cargo, lo que sin duda representa un símbolo de inclusión hemisférica. Pero más allá del simbolismo, el reto real será demostrar que su gestión puede marcar un antes y un después para una institución cuya credibilidad ha venido erosionándose.
Ramdin hereda una OEA cuestionada por su falta de imparcialidad en procesos electorales, por su escasa efectividad ante crisis como las de Haití, Venezuela y Nicaragua, y por un historial de decisiones percibidas como alineadas con intereses políticos puntuales. Su discurso de asumir una gestión “fuerte, bien organizada y respetada” suena prometedor, pero ya hemos escuchado frases similares en el pasado.
Uno de los temas clave que plantea su liderazgo es el combate a la corrupción. ¿Podrá la OEA convertirse en un actor real y efectivo en esta lucha, o seguirá siendo un ente limitado a pronunciamientos diplomáticos? Hasta ahora, el Mecanismo de Seguimiento de la Convención Interamericana contra la Corrupción (MESICIC) ha tenido avances importantes, pero carece de acciones suficientes para generar cambios contundentes. Ramdin tendría que impulsar reformas que vayan más allá del papel y que comprometan a los Estados miembros con medidas concretas y vinculantes.
El otro gran desafío es reposicionar a la OEA como espacio de diálogo y cooperación, no de imposiciones. Si su liderazgo logra fortalecer el multilateralismo, promover la inclusión de voces caribeñas y sudamericanas, y mantener la distancia con presiones externas, quizás entonces estaremos ante un verdadero cambio de rumbo.
Ramdin tiene el conocimiento técnico, la experiencia institucional y ahora la oportunidad histórica. Lo que está por verse es si también tiene la voluntad política y la independencia necesarias para transformar la OEA en lo que América necesita: una organización al servicio de sus pueblos, no de sus gobiernos.