
Editora en jefe, Puntualizando Digital
Ciudad del Vaticano En un ambiente cargado de solemnidad, los 133 cardenales electores ingresaron este martes a la Capilla Sixtina para dar inicio al cónclave que definirá al sucesor del Papa Francisco. Con el tradicional rito del “Extra omnes”, que marca el cierre del recinto y el corte total de comunicación con el exterior, comenzó el proceso más significativo de la Iglesia católica: la elección de un nuevo pontífice.
La sucesión de Francisco no solo representa un cambio de liderazgo, sino la posibilidad de consolidar o redirigir las reformas que marcaron su pontificado. El Papa argentino, primero jesuita y latinoamericano en ocupar el trono de Pedro, transformó la imagen de la Iglesia con su enfoque pastoral, su insistencia en una Iglesia “pobre para los pobres” y su compromiso con temas como el medio ambiente, la sinodalidad y el combate contra los abusos.
Durante la última congregación general previa al cónclave, los cardenales delinearon el perfil deseado del nuevo Papa: un pastor cercano al pueblo, un constructor de puentes entre culturas y credos, un maestro de humanidad, y el rostro visible de una Iglesia samaritana que acoge sin juzgar.
Los desafíos que enfrentará el nuevo pontífice son numerosos: desde la secularización creciente en muchos países hasta la necesidad de transparencia interna y la gestión de las tensiones geopolíticas que también cruzan a la Iglesia. Pero también se abre una ventana de esperanza para una renovación espiritual profunda, guiada por un liderazgo que logre conciliar tradición y modernidad.
El mundo observa con expectativa. Mientras la chimenea de la Capilla Sixtina aún no emite el esperado humo blanco, millones de fieles rezan por un pontífice que sepa escuchar el clamor de esta época convulsa, y que dé continuidad —o un nuevo impulso— al legado de Francisco.